GALERÍA JAVIER SILVA

ARTISTAS /Artists

La siega

_ Vítor Mejuto

Desde el 29 de abril de 2022

 

 

Los aspectos más importantes de la vida en el entorno rural son aquellos relacionados con el trabajo del campo. Así, la limpieza, su acondicionamiento, el riego, y también la siembra y recogida de los cultivos. En aquellas zonas donde además de hortalizas, frutales o verduras se siembra cereal y se alimenta y cuida al ganado, la siega se convierte en una actividad clave, que se realiza en los meses de verano y cuyo resultado marca el buen desarrollo de los trabajos el resto del año.

Xaquín Lorenzo describía en A Terra[1] cómo se desarrollaba hace años la siega en Galicia durante el mes de julio. Con el paso del tiempo, la tecnificación del campo ha venido a introducir una serie de herramientas mecánicas como la segadora industrial, que han facilitado las labores y sustituido a los tradicionales “aparellos” de metal y madera con los que se realizaba esta actividad. La introducción de modelos como el de Bertolini supuso un cambio en las tareas que permitió dejar a un lado el uso de la guadaña. Sin embargo, aún ahora, en las casas gallegas del campo, es impensable no encontrarse con estas herramientas, con los “fouciños” y “fouciñas”, las “forcadas”, los “dediles”, las “zoquetas” o los “martelos de cabruñar” de los que hablaba el etnógrafo e historiador, y todavía es habitual ver a las mujeres y a los hombres de mayor edad, hacer uso de ellas para para realizar labores de cultivo y para cortar la hierba en las “leiras” que están junto a las casas. Lo hacen por pura costumbre, para dar algo de comer a los animales pequeños como las gallinas o conejos, o bien porque la hierba en Galicia crece rápido y poner en funcionamiento la maquinaria grande no les resulta ni cómodo ni práctico cuando se trata de ejecutar ciertos trabajos.

 

 

La siega es uno de esas labores para las que hacían falta muchas manos. Por ese motivo, o se pagaba a segadores a sueldo o se convocaba a los vecinos y familiares para ayudar en la tarea.

Eran famosos los viajes de los segadores gallegos a tierras de Castilla en los siglos XVIII y XIX para ganar un jornal que apenas les permitiera hacer frente a impuestos como las contribuciones. Los segadores salían sobre todo desde las provincias de Lugo y Ourense y se iban agrupando, llegados desde distintos pueblos, hasta la frontera de Galicia. Muy conocida era la ceremonia que se realizaba en un lugar llamado A Cruz de Ferro donde, en la frontera con Galicia, donde tiraban una piedra en dirección a su tierra dando gracias antes de continuar el viaje [2], o la que realizaban de regreso en el Santuario de la Tuiza, en el valle del Lubián, donde dejaban sus “fouciños” antes de regresar a casa.

En Galicia se recurría normalmente al sistema de convocatoria de la ayuda[3]. Esta respondía normalmente a toda una organización de colaboraciones de carácter fijo que en el mundo rural gallego se hacían más evidentes en los meses en que se realizaban ciertas labores. En primavera se requerían para la plantación de las patatas y el maíz, en verano para la citada siega y para la recogida del heno (herba seca) para el ganado, y en otoño para la simiente del cereal. Las familias las convocaban por motivos diversos como la falta de dinero para comprar maquinaria adaptada, la necesidad de incrementar la mano de obra, o para recoger, plantar u organizar los productos en los tiempos adecuados. Las casas implicadas respondían en diversa manera según su capacidad y la ayuda se iba moviendo de una a otra, hasta que las tareas de todos quedaban realizadas. Hoy en día, este sistema sigue en funcionamiento, aunque en menor medida, ya que la tecnificación y la escasa supervivencia de las explotaciones agrarias de subsistencia y pequeño tamaño hace que resulte menos necesario que hace apenas unas décadas.

 

 

Una vez iniciados los trabajos de la siega, se ponía en marcha la coreografía de cuerpos y herramientas que permitía ejecutar la tarea. Los segadores agarraban la guadaña con las dos manos. La izquierda en la punta del mango, la derecha junto al torno, e iban haciendo movimientos a ras de suelo, de derecha a izquierda, mientras avanzaban dejando tras de sí la hierba segada. Cada segador se ocupaba de una hilera de terreno. Cuando se terminaba, toda la hierba se esparcía y se dejaba secar. Llegado el momento se le daba la vuelta con la ayuda de una “forcada” para que terminase de eliminar la humedad. Cuando la hierba estaba seca, se empacaba y se amontonaba en los “palleiros”, desde donde se llevaría a las casas y a las cortes sirviendo para cuidar a los animales durante todo el año. La siega del maíz y el trigo, por su parte, se hacía con “fouciño”, cortando las plantas una a una y llevándolas después a la casa, para realizar la “esfolla” o deshoje y donde después, poco a poco, el grano de maíz se iba “debullando” según las necesidades. Con el de trigo se hacían manojos antes de sacar el cereal.

La historia del arte está llena de ejemplos de artistas que se han acercado al mundo campesino y que han plasmado los trabajos de la siega. Los impresionistas fueron algunos de ellos, Van Gogh, Emile Bernard, con anterioridad Millet, y más tarde Malevich, por poner algunos ejemplos. Pero quizá quien más atención prestó a estos trabajos fue Peter Brueguel el Viejo en obras como La siega del heno de 1565, en la que realizaba un esforzado ejercicio de condensación de los diversos momentos de la siega en una misa escena, mostrando diversas tareas y también las herramientas empleadas en el proceso. En Galicia, Colmeiro o Seoane fueron artistas que supieron entender la importancia del trabajo en el campo y sus imágenes de campesinos recorren toda su obra artística. En 1970 Edicións do Castro editaba un pequeño librito en la imprenta Moret de A Coruña, bajo el título de Máquinas e trebellos pra labrar a terra escrito por Luis Odón Abad Flores y con ilustraciones de Xosé Díaz, en el que se intentaba, a través de una serie de pinturas, explicar las diferentes herramientas utilizadas por los campesinos gallegos a los niños, a la vez que se les instruía en la necesidad de que el entorno rural en Galicia se encaminase hacia la tecnificación. En esa pequeña publicación, que recogía la herencia formal de Luis Seoane, el lenguaje de abstracción sobre las figuras nos ayudaba a entender la importancia de este mundo a través las herramientas del campo, lo mismo que ahora hace Vitor Mejuto, llevando su pintura de geometría y campos de color al universo de los campesinos. Al igual que ocurría en el libro de Edicións do Castro, la mirada de Mejuto sobre la siega se acerca más a la del antropólogo, el etnógrafo, o el artista de vanguardia, en ese proceso de simplificación y abstracción que aplica sobre la figura, eliminando los elementos accesorios de la representación para dejar la pintura en sus mínimos elementos. Se trata de poder contar una historia, la de los aperos de labranza en Galicia, cuyas formas, en sí mismas, esconden toda una literatura oral de experiencia colectiva e historia de un pueblo; fouciños, dediles, zoquetas, forcadas, palleiros, guadañas, segadoras industriales como la primera McCormick o la Bertolini, o imágenes de los propios campos, de la mies, o de los segadores ejecutando su tarea, conforman esta exposición. Vitor Mejuto en La siega recoge a través de estas pinturas, las figuras que nos ayudan a pensar la idiosincrasia de un mundo rural que hoy reivindicamos como sostenible, consciente del valor del cuidado del medioambiente y también colaborativo en su desarrollo.

Mónica Maneiro



[1] Lorenzo, Xaquín. A terra. Editorial Galaxia. 1995.

[2] Vázquez Martínez, Alfonso. Galicia e a seitura en Castela. Museo do Pobo Galego. 1997.

[3] VV.AA. Traballos comunais no mundo rural. Boletín Avriense. Museo Arqueolóxico Provincial de Ourense. 1987.

 

 

 

 

 

 

 

 

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